martes, 14 de agosto de 2012

El Jubileo y las Indulgencias


Desde que el pasado Domingo de Pentecostés, nuestro querido Obispo, D. José Vilaplana, proclamara en nombre de su Santidad el Papa, Benedicto XVI, un Jubileo Mariano para el Rocío, muchas han sido las preguntas que nos han planteado los fieles en torno a este tema. A continuación vamos a intentar explicar un poco qué es el Jubileo, cómo ganarlo, qué son las indulgencias y cuáles las gracias que se obtienen al conseguir dicho jubileo, etc.
Pero vamos por pasos. Lo primero es hablar del Jubileo. Nuestro jubileo católico tiene su origen en el jubileo hebreo, en el Antiguo Testamento. Procede del hebreo yobel, que significa “cuerno de un carnero”. Y procede de dicha palabra porque era el instrumento que se usaba para proclamar ante el pueblo que comenzaba el jubileo. 

El Año Jubilar se establece en el libro del Levítico, que dice así: “Declararéis santo el año cincuenta, y proclamaréis en la tierra liberación para todos sus habitantes. Será para vosotros un jubileo; cada uno recobrará su propiedad, y cada cual regresara a su familia” (Lev. 25, 10). Era un año muy especial para los hebreos. Se celebraba cada cincuenta años y era un año de fiesta, de alegría, pero sobre todo de misericordia, conversión y perdón, ya que era un año en el que la tierra era devuelta a sus antiguos propietarios, los esclavos eran liberados, se redimían todas las deudas y cada casa recuperaba a sus miembros ausentes.

Será Bonifacio VIII el primer Papa que proclame un Jubileo Cristiano en el año 1.300. Para nosotros, los cristianos, el año jubilar también significa alegría y fiesta, porque celebramos la misericordia y el amor que Dios tiene por cada uno de nosotros. Es el año de la misericordia y el perdón. Y es un año en el que la Iglesia, que por Jesús tiene el poder de las llaves, es decir, de administrar la gracia salvadora de Cristo a todos los hombres, ofrece la remisión de las penas de nuestros pecados si cumplimos una serie de exigencias o requisitos.

A partir de ahí se han ido sucediendo muchos años jubilares en la historia de la Iglesia, cada 25 o 50 años. Unos han sido universales, como el último gran Jubileo del año 2.000, convocado por el Beato Juan Pablo II; y otros locales, como el de Santiago de Compostela, Caravaca de la Cruz, etc. Hay que destacar una cosa, y es que en dichos lugares el Papa concede el jubileo “in perpetuum”. Pero en nuestro caso, el año jubilar es convocado para un tiempo determinado, desde el 15 de Agosto de 2012 hasta el 8 de Septiembre de 2013.
Antes de seguir adelante es importante explicar un aspecto teológico. El cristiano obtiene el perdón de sus pecados a través de dos sacramentos: el bautismo y la reconciliación. El bautismo nos hace morir al hombre viejo y nos regenera en hombres nuevos. Por eso borra en el hombre todo rastro de pecado. Pero somos débiles y seguimos cometiendo pecado, por eso Dios nos regala el sacramento de la Reconciliación. Dicho sacramento borra en nosotros la culpa del pecado, pero no la pena que merecemos por ellos. Esto significa que Dios, que es misericordia, perdona el pecado que hemos cometido y nos otorga la salvación, pero Dios también es justo, y es de justicia que de alguna manera respondamos por el mal que hemos hecho. De ahí el tiempo que muchas almas debería pasar en el purgatorio, purificándose de esas penas cometidas. La indulgencia se puede comparar con una herida que ya ha sido curada, pero que deja una cicatriz; precisamente la indulgencia es esa acción de Dios, por medio de la Iglesia, para borrar esa cicatriz.
En este año Santo Jubilar, el Papa ha otorgado a los cristianos que cumplan las exigencias que establece la Iglesia, la indulgencia plenaria, es decir, la remisión de todas las penas que hayamos cometido. Esta remisión la podemos aplicar por nosotros o por nuestros difuntos. Volvemos a recordar que no es el perdón de los pecados, de eso ya se encarga la confesión sacramental, sino de las penas que mereceríamos por ellos.

Para obtener la indulgencia plenaria es necesario:

  1. La Confesión Sacramental.
  2. Participar de la Eucaristía y de la Comunión.
  3. Peregrinar a los lugares establecidos para este año Santo, que son el el Santuario de Nuestra Señora del Rocío o la Parroquia de Ntra. Sra. de la Asunción de Almonte.
  4. Rezar por las intenciones del Papa (Padre Nuestro, Ave María y Gloria). Y el Credo como muestra de adhesión a la fe de la Iglesia.
  5. Rezar ante la imagen de María Santísima del Rocío alguna oración de piedad mariana.

El Año Jubilar Mariano y Rociero que se nos presenta es una oportunidad que Dios, a través de su Iglesia, nos brinda para dar gracias por la misericordia infinita de Dios, nuestro Padre, y para cambiar todos los aspectos oscuros de nuestra vida, empezando a trabajar de nuevo por adecuarnos más a las exigencias del Evangelio. Este año jubilar es un tiempo fuerte que nos invita a peregrinar hacia Dios Padre, teniendo clara nuestra meta: Jesucristo, principio y fin de todo lo creado.

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